La aventura de volar siempre ha proporcionado anécdotas de todo tipo.
Una de las más originales sucedió el 21 de Septiembre de 1956.
En aquellas fechas el vuelo supersónico en aparatos con motores a reacción y lineas aerodinámicas era todavía un terreno donde se investigaba casi a ciegas.
Ese día, el piloto Tom Attrigde, de 33 años de edad, pilotaba un F-11 Tiger realizando diversas pruebas sobrevolando el Océano Pacífico. Una de ellas consistía en disparar el cañón de su aparato durante varios segundos.
En un primer intento, a 3.900 metros de altitud, lanzó una ráfaga durante 4 segundos descendiendo a continuación utilizando el posquemador para alcanzar mayor velocidad llegando a 2.100 metros y volviendo a disparar, instante en el que su aparato se zarandeo bruscamente observando que su motor estaba muy dañado, achacando lo ocurrido al posible choque con un ave.
Una vez comprobó que no podría llegar a su base intentó el aterrizaje en una isla cercana, sufriendo graves daños físicos el piloto como consecuencia del accidente sufrido en dicho "aterrizaje".
La investigación posterior demostraría que fueron sus propias balas disparadas a los 3.900 metros las que derribaron al aparato.
Aunque los pilotos de prueba tienen grandes capacidades y son profesionales muy preparados, la novedad del vuelo supersónico (el F-11 era el segundo avión supersónico de la armada americana) producía incidentes como el reseñado, en el que un piloto podría derribarse a sí mismo aún sin saberlo.
F-11 Tiger:
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