Mi primer salto en parapente (y por desgracia, único hasta la fecha) tuvo lugar el 01 de Septiembre de 2007 en Aviá, población de la provincia de Barcelona, mediante un vuelo biplaza contratado con la empresa "Espais" que tiene su sede en el km, 142,5 de la carretera C-26 de dicha población.
Es una ubicación idonea para la práctica de esta actividad ya que cuenta con 5 plataformas naturales de diverso desnivel que van desde los 300 metros del "Morral de Sobrestrada" a los 1400 metros de "Rasos de Peguera" desde las cuales pueden iniciarse tanto los neófitos como yo o practicar los alumnos más atrevidos así como los expertos en estas lides.
Por supuesto, mi experiencia tuvo lugar desde el Morral de Sobrestrada, que con esos 300 metros de desnivel me pareció el más indicado para efectuar mi primer salto, salto que se inicia en auto-taxi desde el centro a través de una camino forestal hasta una localización cercana a la plataforma de salto, realizándose los últimos metros andando y ayudando al monitor a cargar con el voluminoso equipo que, sin embargo, parecía liviano gracias a la adrenalina que fluía en mi ya nervioso organismo.
Una vez alcanzada la plataforma, que es la superficie más o menos plana de una elevación, el monitor se afana en preparar el parapente prestando gran atención a su manipulación y montaje por evidentes razones de seguridad.
(El Morral de sobrestrada visto desde la zona de aterrizaje)
Como siempre pasa en las alturas, observar desde arriba esos 300 metros de desnivel imponen bastante más que observados desde abajo, pero no hay mucho tiempo para preocupaciones, pues en un momento me veo con arneses y casco recibiendo las instrucciones correspondientes para el despegue y comportamiento en vuelo (no dar saltos y dejar que el parapente nos eleve, no hacer movimientos bruscos y, por supuesto, respetar siempre las indicaciones del instructor, entre otras).
En un instante nuestra naranja ala se infla y eleva arrastrándonos hacia el cielo en una rápida carrera.
El buen hacer del instructor permite que nos elevemos en un instante y siento la ingravidez plácida que se siente sobre la silla del pasajero, disfrutando de la experiencia y del entorno que se puede apreciar desde la altura en una postura muy cómoda y nada molesta.
Después de algunos giros y después de un emocionante vuelo (vuelo que se hizo corto por lo divertido del mismo), llegó el momento del aterrizaje en la pradera sita a los pies de la plataforma. Dicho aterrizaje se realizó con la mayor dignidad posible sobre cierta parte de mi anatomía que no es necesario desvelar pero que es la más apropiada para ello (la cual no sufrió mucho en el proceso).
En fin, una intensa experiencia que recomiendo a todos los que os planteáis su realización alguna vez y los vais posponiendo por una u otra causa. Aporta muchas sensaciones que de otra forma sería muy dificil probar.
Yo ya lo hice, ahora te toca a tí.
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